Sentado en medio de la nada, contemplando la tristeza que se esparce lentamente por el caudal de mí fragilidad. Salpican mi rostro como gotas de incomprensión y lastima.
Alzo los brazos, rogando al cielo la exhumación de mi dolor y el consuelo eterno. Casi sin vida, me levanto aferrado a mi fé en el amor, camino por valles desconocidos por la inocencia, aquella que alguna vez tuve y que perdí.
Es de noche y ni las estrellas iluminan mi caminar, sólo las luciérnagas compadecidas ante mi dolor, elevan su estela luminosa, brindándome seguridad y apoyo.
¡Oh! diviso una torre, tan alta que casi toca el cielo... Ya medio moribundo y sin talón para andar, las esperanzas se aferran a encontrar el amor, espero que esa torre que llega casi al cielo, tenga la salida o por cosas del destino cruel, sea mi prisión eterna.